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domingo, 22 de enero de 2012

¿LEER? QUÉ PEREZA ¡VOY A VER LA TELE!

Quejas y más quejas es lo que oyen los profesores en clase al mandar un libro de más de cien hojas. En las librerías, cientos de libros monótonos de tapa dura y de más de doscientas páginas son abandonados en el almacén para siempre. Libros buenos, de autores reconocidos, pero por alguna razón, poco atractivos a simple vista. En cambio, los libros con una imagen llamativa en la portada son los bestseller de hoy en día.

Supongamos que ponemos a una persona cualquiera frente a dos libros con el mismo título y autor, pero con diferente portada. Uno de ellos es entero de color crema, y el otro tiene un fondo blanco con violetas azules. La mayoría elegirían el segundo, porque al poder hacerse una imagen de él, ni le darán la vuelta al libro para saber de qué va en realidad. Así le quitarán trabajo a su imaginación, no tendrán que pensar siquiera qué tipo de flores son las que el protagonista regala a su novia, ya lo sabrán: violetas azules.

Si hubieran elegido el de color crema, esas flores hubieran podido ser rosas blancas o tulipanes amarillos. Todo es gracias a un don del ser humano llamado imaginación, la cual permanece dormida hoy en día, y no porque no queramos usarla, sino porque no la necesitamos. La televisión, Internet y todos los nuevos inventos están diseñados para que el ser humano haga el mínimo esfuerzo posible. Hasta una imagen en un simple libro nos hace pensar que será mejor por el hecho de que nos resultará más fácil.

La verdad es que, al leer un libro cada cual puede hacerse la imagen que quiera en la cabeza, y eso se llama libertad. Al sustituir la lectura por otras cosas, nos han sustituido la libertad por la dependencia, y no nos damos cuenta. Nos han quitado la necesidad de pensar e imaginar y dependemos de máquinas que nos lo dan todo hecho. Imaginar es una necesidad sin la que, en mi opinión, es difícil vivir, ya que, sin su existencia, muchos de los logros del ser humano hubieran sido insospechados, y para desarrollarla es imprescindible leer algún que otro libro de vez en cuando.

jueves, 17 de noviembre de 2011

LOS OJOS QUE TODO LO VEN

Nos vigilan. Cada paso que damos es registrado por millones de cámaras, ojos o sensores de cualquier tipo que están repartidos por todo el mundo. Si se quiere se puede saber dónde estamos y lo que hacemos en cada momento. Somos privados de nuestra intimidad, a veces incluso en nuestra propia casa. Y lo peor de todo, es que no sabemos quiénes son los que están al otro lado de estos aparatos.

En cuanto entramos en la mayoría de establecimientos, ya sean pequeños o grandes, oficiales o no, encontramos un cartel en la puerta que nos avisa de que en él hay cámaras. En ése mismo instante sentimos que no podemos robar nada, que tenemos que tener cuidado con lo que tocamos para no hacer ningún movimiento sospechoso, incluso que no podemos hurgarnos en la nariz porque todo lo que hagamos estará siendo visto por alguien en algún rincón del edificio, o puede que en una centralita.

Nos sentimos acorralados, privados de nuestra tan duramente conseguida libertad. Pero en seguida pensamos que así estamos más seguros, porque si alguien entra a robar o a atracar el lugar en el que nos encontramos, la policía llegará rápidamente para arreglar las cosas. Y si no lo pensamos por nosotros mismos, para eso están los carteles que hay repartidos por todo el local, que nos dicen que las cámaras son solamente para nuestra seguridad. Y nos lo creemos. Y ya nos sentimos mejor, menos atrapados. Porque eso es lo que la vigilancia nos ofrece; fingida seguridad a cambio de disponer de nuestra privacidad.


Pero toda esta protección no es mas que la forma utilizada para que no nos sintamos observados. Por eso tenemos que proteger nuestros derechos de libertad e intimidad ante esta invasión de ojos que todo lo ven. Porque como muy claramente expresó Benjamin Franklin: “Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad”. Porque de este modo están ayudando a la promoción y aceptación de rutinas humillantes y desagradables con las que tenemos que convivir sin podernos quejar lo más mínimo.